viernes, 31 de mayo de 2013

Cuento "El extraño" de H.P.Lovecraft

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 "El extraño" de H.P.Lovecraft



H.P. Lovecraft fue uno de los autores más importantes en el género de terror a principios del siglo XX, pero su obra no fue reconocida hasta muchos años después. Pese a todo, Lovecraft siempre mantuvo un círculo de autores a su alrededor que se ocupó de transmitir su legado. Hoy en día es conocido como un escritor de culto que sigue asombrando a los lectores.

         
Howard Phillips Lovecraft

Howard Phillips Lovecraft en 1915.
Nacimiento
Defunción
(46 años)
Providence (Rhode Island)
SeudónimoLewis Theobold, Humphrey Littlewit, Ward Phillips, Edward Softly
OcupaciónCuentistaeditornovelista,poeta
NacionalidadEstadounidense
Período1917-1937
Género

narrativa sobrenatural,narrativa gótica
Movimientos
narrativa sobrenatural
Obras notables
CónyugeSonia Greene (1924-1926)
FirmaLovecraft signature.svg
Página web oficial




Howard Phillips Lovecraft (Providence, Estados Unidos, 20 de agosto de 1890 – muere el 15 de marzo de 1937) fue un escritor estadounidense, autor de novelas y relatos de terror y ciencia ficción. Se le considera un gran innovador del cuento de terror, al que aportó una mitología propia (los mitos de Cthulhu), desarrollada en colaboración con otros autores y aún vigente. Su obra constituye un clásico del terror cósmico materialista, una corriente que se aparta de la temática tradicional del terror sobrenatural (satanismo, fantasmas), incorporando elementos de ciencia ficción (razas alienígenas, viajes en el tiempo, existencia de otras dimensiones). Lovecraft cultivó asimismo la poesía, el ensayo y la literatura epistolar.


Cuando Lovecraft tenía tres años, su padre sufrió una crisis nerviosa en la habitación de un hotel de Chicago, donde se encontraba alojado por motivos de trabajo, y le ingresaron en el Butler Hospital, Centro Psiquiátrico de Providence y fue incapacitado legalmente debido a una serie de trastornos de índole neurológica. Su padre murió el 19 de julio de 1898.



Con la muerte del padre de Lovecraft, la educación del niño recayó sobre su madre, sus dos tías y en especial en su abuelo materno, un importante empresario llamado Whipple Van Buren Phillips. Todos residían en la casa familiar.


Lovecraft fue un niño prodigio: recitaba poesía a los dos años, leía a los tres y empezó a escribir a los seis o siete años de edad. Uno de los géneros que más le apasionó en su infancia fue el de las novelas policíacas, llevándolo incluso a formar la "Agencia de detectives de Providence" a la edad de 13 años. A los quince creó su primera obra, La bestia en la cueva, imitación de los cuentos de horror góticos. A los 16 escribía una columna de astronomía para el "Providence Tribune".

Su abuelo materno lo alentaba a la lectura, y siendo ésta una de sus aficiones favoritas, no tardó en descubrir la inmensa biblioteca de su abuelo.



En sus últimos años, su naturaleza enfermiza y la desnutrición fueron minando su salud. Su anormal sensibilidad a cualquier temperatura inferior a los 20º se agudizó hasta el punto de que se sentía realmente enfermo a tales temperaturas. Durante el último año de su vida, sus cartas estaban llenas de alusiones a sus malestares y dolencias. A finales de febrero de 1937, cuando contaba con cuarenta y seis años, ingresó en el hospital Jane Brown Memorial, de Providence. Allí murió a primeras horas de la mañana del 15 de marzo de 1937, de cáncer intestinal. 



                                   

«Yo soy Providence».Fue enterrado tres días después en el panteón de su abuelo Phillips en el cementerio de Swan Point; aunque su nombre está inscrito en la columna central, ninguna lápida señala su tumba. Muchos años después de su muerte, en la lápida que le erigió un grupo de aficionados puede leerse una línea tomada de una de sus miles de cartas que escribía a sus corresponsales: «Yo soy Providence». Ocasionalmente, en la lápida escriben otra frase, citada de La llamada de Cthulhu:





«That is not dead which can eternal lie, And with strange aeons even death may die.» «No está muerto lo que puede yacer eternamente, y con el paso de extraños eones incluso la muerte puede morir.»

P. Lovecraft escribió una gran cantidad de cuentos, poesías y cartas, además de un par de obras mayores. Sin embargo, lo que lo ha hecho más famoso y leído, desde la época en que publicó (décadas de 1920 y 1930) hasta hoy, es un pequeño fragmento de su obra, conocido como los Mitos de Kthulhu.


Los Mitos de Kthulhu son 13 cuentos, aunque un par de ellos son lo suficientemente largos como para poder llamarlos novelas (entre paréntesis va la fecha de publicación y la revista o editorial):


La ciudad sin nombre (noviembre 1921, The Wolverine Nº 11)
El festival (enero 1925, Weird Tales 5, Nº 1)
El color que cayó del cielo (septiembre 1927, Amazing Stories vol 2, Nº 6)
La llamada de Kthulhu (febrero 1928, Weird Tales 11, Nº 2)
El horror de Dunwich (abril 1929, Weird Tales 13, Nº 4)
El que susurraba en las tinieblas (agosto 1931, Weird Tales 18, Nº 1)
Sueños en la casa de la bruja (julio 1933, Weird Tales 22, Nº 1)
En las montañas de la locura (febrero-abril 1936, Astounding Stories 16, Nº 6; y 17, Nº 2)
En la noche de los tiempos (junio 1936, Astounding Stories 17, Nº 4)
El que acecha en las tinieblas (diciembre 1936, Weird Tales 28, Nº 5)
La sombra sobre Insmouth (1936, Visionary Publishing Co.)
El ser en el umbral (enero 1937, Weird Tales 29, Nº 1)
El caso de Charles Dexter Ward (mayo-julio 1941, Weird Tales 35, Nos 9 y 10)



Todos ellos tratan de una serie de monstruos y razas que habrían habitado la tierra en tiempos inmemoriales, pero que (según propias palabras de HP) habrían sido expulsados a los confines del cosmos, o enterrados en oscuras regiones terrestres y extraterrestres. Los Mitos cuentan como diversos personajes contemporáneos al autor van acercándose al conocimiento de esa antigua historia: tanto por sus experiencias paranormales, como por el descubrimiento de conexiones de esas experiencias con antiquísimos cultos mágicos. Aquí es donde aparecen añosos libros que se redescubren en apolillados anaqueles de bibliotecas en distantes lugares del mundo: El Necronomicón, escrito por el árabe loco Abdul Alhazred hacia 1300, es el más conocido, incluso por aquellos que no conocen directamente la obra de Lovecraft. Pero hay otros como los Manuscritos Pnakóticos o el Unaussprechlichen Kulten.

Los personajes humanos de la obra a menudo son investigadores o científicos que viven en una región de Norteamérica que es evidentemente Nueva Inglaterra (noreste de EE.UU.), aunque con otros nombres: Arkham, Miskatonic, Dunwich, Insmouth. Eso no quita que los lugares que se citen allí pasen desde el Desierto de Hielo (quizá el Gobi), R’Lyeh (al frente de Chile en la undécima región) o la Meseta de Leng; hasta comarcas tan lejanas como Aldebarán o las Hyades. Cada cuento lleva entonces al lector por un viaje hacia una Tierra anterior de esta que conocemos, amén de otras galaxias.

La idea entonces es que antes, pero mucho antes que hoy, unos seres conocidos como los Primordiales o los Antiguos, habitaron regiones ignotas de nuestro planeta y del cosmos. Y esos seres están esperando para volver al lugar que les pertenece. Kthulhu, Tsathogua, Nyarlathotep, Azatoth y otros por el estilo aguardan a que la ciencia humana, tanto la académica como la oculta, les liberen de sus prisiones: entonces habrá muerto la muerte misma.



EL EXTRANO (H.P. LOVECRAFT) por ALBERTO LAISECA 







El extraño[Cuento. Texto completo.]H.P. Lovecraft
Infeliz es aquel a quien sus recuerdos infantiles sólo traen miedo y tristeza. Desgraciado aquel que vuelve la mirada hacia horas solitarias en bastos y lúgubres recintos de cortinados marrones y alucinantes hileras de antiguos volúmenes, o hacia pavorosas vigilias a la sombra de árboles descomunales y grotescos, cargados de enredaderas, que agitan silenciosamente en las alturas sus ramas retorcidas. Tal es lo que los dioses me destinaron... a mí, el aturdido, el frustrado, el estéril, el arruinado; sin embargo, me siento extrañamente satisfecho y me aferro con desesperación a esos recuerdos marchitos cada vez que mi mente amenaza con ir más allá, hacia el otro.No sé dónde nací, salvo que el castillo era infinitamente horrible, lleno de pasadizos oscuros y con altos cielos rasos donde la mirada sólo hallaba telarañas y sombras. Las piedras de los agrietados corredores estaban siempre odiosamente húmedas y por doquier se percibía un olor maldito, como de pilas de cadáveres de generaciones muertas. Jamás había luz, por lo que solía encender velas y quedarme mirándolas fijamente en busca de alivio; tampoco afuera brillaba el sol, ya que esas terribles arboledas se elevaban por encima de la torre más alta. Una sola, una torre negra, sobrepasaba el ramaje y salía al cielo abierto y desconocido, pero estaba casi en ruinas y sólo se podía ascender a ella por un escarpado muro poco menos que imposible de escalar.
Debo haber vivido años en ese lugar, pero no puedo medir el tiempo. Seres vivos debieron haber atendido a mis necesidades; sin embargo, no puedo rememorar a persona alguna excepto yo mismo, ni ninguna cosa viviente salvo ratas, murciélagos y arañas, silenciosos todos. Supongo que, quienquiera que me haya cuidado, debió haber sido asombrosamente viejo, puesto que mi primera representación mental de una persona viva fue la de algo semejante a mí, pero retorcido, marchito y deteriorado como el castillo. Para mí no tenían nada de grotescos los huesos y los esqueletos esparcidos por las criptas de piedra cavadas en las profundidades de los cimientos. En mi fantasía asociaba estas cosas con los hechos cotidianos y los hallaba más reales que las figuras en colores de seres vivos que veía en muchos libros mohosos. En esos libros aprendí todo lo que sé. Maestro alguno me urgió o me guió, y no recuerdo haber escuchado en todos esos años voces humanas..., ni siquiera la mía; ya que, si bien había leído acerca de la palabra hablada nunca se me ocurrió hablar en voz alta. Mi aspecto era asimismo una cuestión ajena a mi mente, ya que no había espejos en el castillo y me limitaba, por instinto, a verme como un semejante de las figuras juveniles que veía dibujadas o pintadas en los libros. Tenía conciencia de la juventud a causa de lo poco que recordaba.
Afuera, tendido en el pútrido foso, bajo los árboles tenebrosos y mudos, solía pasarme horas enteras soñando lo que había leído en los libros; añoraba verme entre gentes alegres, en el mundo soleado allende de la floresta interminable. Una vez traté de escapar del bosque, pero a medida que me alejaba del castillo las sombras se hacían más densas y el aire más impregnado de crecientes temores, de modo que eché a correr frenéticamente por el camino andado, no fuera a extraviarme en un laberinto de lúgubre silencio.
Y así, a través de crepúsculos sin fin, soñaba y esperaba, aún cuando no supiera qué. Hasta que en mi negra soledad, el deseo de luz se hizo tan frenético que ya no pude permanecer inactivo y mis manos suplicantes se elevaron hacia esa única torre en ruinas que por encima de la arboleda se hundía en el cielo exterior e ignoto. Y por fin resolví escalar la torre, aunque me cayera; ya que mejor era vislumbrar un instante el cielo y perecer, que vivir sin haber contemplado jamás el día.
A la húmeda luz crepuscular subí los vetustos peldaños de piedra hasta llegar al nivel donde se interrumpían, y de allí en adelante, trepando por pequeñas entrantes donde apenas cabía un pie, seguí mi peligrosa ascensión. Horrendo y pavoroso era aquel cilindro rocoso, inerte y sin peldaños; negro, ruinoso y solitario, siniestro con su mudo aleteo de espantados murciélagos. Pero más horrenda aún era la lentitud de mi avance, ya que por más que trepase, las tinieblas que me envolvían no se disipaban y un frío nuevo, como de moho venerable y embrujado, me invadió. Tiritando de frío me preguntaba por qué no llegaba a la claridad, y, de haberme atrevido, habría mirado hacia abajo. Se me antojó que la noche había caído de pronto sobre mí y en vano tanteé con la mano libre en busca del antepecho de alguna ventana por la cual espiar hacia afuera y arriba y calcular a qué altura me encontraba.
De pronto, al cabo de una interminable y espantosa ascensión a ciegas por aquel precipicio cóncavo y desesperado, sentí que la cabeza tocaba algo sólido; supe entonces que debía haber ganado la terraza o, cuando menos, alguna clase de piso. Alcé la mano libre y, en la oscuridad, palpé un obstáculo, descubriendo que era de piedra e inamovible. Luego vino un mortal rodeo a la torre, aferrándome de cualquier soporte que su viscosa pared pudiera ofrecer; hasta que finalmente mi mano, tanteando siempre, halló un punto donde la valla cedía y reanudé la marcha hacia arriba, empujando la losa o puerta con la cabeza, ya que utilizaba ambas manos en mi cauteloso avance. Arriba no apareció luz alguna y, a medida que mis manos iban más y más alto, supe que por el momento mi ascensión había terminado, ya que la puerta daba a una abertura que conducía a una superficie plana de piedra, de mayor circunferencia que la torre inferior, sin duda el piso de alguna elevada y espaciosa cámara de observación. Me deslicé sigilosamente por el recinto tratando que la pesada losa no volviera a su lugar, pero fracasé en mi intento. Mientras yacía exhausto sobre el piso de piedra, oí el alucinante eco de su caída, pero con todo tuve la esperanza de volver a levantarla cuando fuese necesario.
Creyéndome ya a una altura prodigiosa, muy por encima de las odiadas ramas del bosque, me incorporé fatigosamente y tanteé la pared en busca de alguna ventana que me permitiese mirar por vez primera el cielo y esa luna y esas estrellas sobre las que había leído. Pero ambas manos me decepcionaron, ya que todo cuanto hallé fueron amplias estanterías de mármol cubiertas de aborrecibles cajas oblongas de inquietante dimensión. Más reflexionaba y más me preguntaba qué extraños secretos podía albergar aquel alto recinto construido a tan inmensa distancia del castillo subyacente. De pronto mis manos tropezaron inesperadamente con el marco de una puerta, del cual colgaba una plancha de piedra de superficie rugosa a causa de las extrañas incisiones que la cubrían. La puerta estaba cerrada, pero haciendo un supremo esfuerzo superé todos los obstáculos y la abrí hacia adentro. Hecho esto, me invadió el éxtasis más puro jamás conocido; a través de una ornamentada verja de hierro, y en el extremo de una corta escalinata de piedra que ascendía desde la puerta recién descubierta, brillando plácidamente en todo su esplendor estaba la luna llena, a la que nunca había visto antes, salvo en sueños y en vagas visiones que no me atrevía a llamar recuerdos.
Seguro ahora de que había alcanzado la cima del castillo, subí rápidamente los pocos peldaños que me separaban de la verja; pero en eso una nube tapó la luna haciéndome tropezar, y en la oscuridad tuve que avanzar con mayor lentitud. Estaba todavía muy oscuro cuando llegué a la verja, que hallé abierta tras un cuidadoso examen pero que no quise trasponer por temor a precipitarme desde la increíble altura que había alcanzado. Luego volvió a salir la luna.
De todos los impactos imaginables, ninguno tan demoníaco como el de lo insondable y grotescamente inconcebible. Nada de lo soportado antes podía compararse al terror de lo que ahora estaba viendo; de las extraordinarias maravillas que el espectáculo implicaba. El panorama en sí era tan simple como asombroso, ya que consistía meramente en esto: en lugar de una impresionante perspectiva de copas de árboles vistas desde una altura imponente, se extendía a mi alrededor, al mismo nivel de la verja, nada menos que la tierra firme, separada en compartimentos diversos por medio de lajas de mármol y columnas, y sombreada por una antigua iglesia de piedra cuyo devastado capitel brillaba fantasmagóricamente a la luz de la luna.
Medio inconsciente, abrí la verja y avancé bamboleándome por la senda de grava blanca que se extendía en dos direcciones. Por aturdida y caótica que estuviera mi mente, persistía en ella ese frenético anhelo de luz; ni siquiera el pasmoso descubrimiento de momentos antes podía detenerme. No sabía, ni me importaba, si mi experiencia era locura, enajenación o magia, pero estaba resuelto a ir en pos de luminosidad y alegría a toda costa. No sabía quién o qué era yo, ni cuáles podían ser mi ámbito y mis circunstancias; sin embargo, a medida que proseguía mi tambaleante marcha, se insinuaba en mí una especie de tímido recuerdo latente que hacía mi avance no del todo fortuito, sin rumbo fijo por campo abierto; unas veces sin perder de vista el camino, otras abandonándolo para internarme, lleno de curiosidad, por praderas en las que sólo alguna ruina ocasional revelaba la presencia, en tiempos remotos, de una senda olvidada. En un momento dado tuve que cruzar a nado un rápido río cuyos restos de mampostería agrietada y mohosa hablaban de un puente mucho tiempo atrás desaparecido.
Habían transcurrido más de dos horas cuando llegué a lo que aparentemente era mi meta: un venerable castillo cubierto de hiedras, enclavado en un gran parque de espesa arboleda, de alucinante familiaridad para mí, y sin embargo lleno de intrigantes novedades. Vi que el foso había sido rellenado y que varias de las torres que yo bien conocía estaban demolidas, al mismo tiempo que se erguían nuevas alas que confundían al espectador. Pero lo que observé con el máximo interés y deleite fueron las ventanas abiertas, inundadas de esplendorosa claridad y que enviaban al exterior ecos de la más alegre de las francachelas. Adelantándome hacia una de ellas, miré al interior y vi un grupo de personas extrañamente vestidas, que departían entre sí con gran jarana. Como jamás había oído la voz humana, apenas sí podía adivinar vagamente lo que decían. Algunas caras tenían expresiones que despertaban en mí remotísimos recuerdos; otras me eran absolutamente ajenas.
Salté por la ventana y me introduje en la habitación, brillantemente iluminada, a la vez que mi mente saltaba del único instante de esperanza al más negro de los desalientos. La pesadilla no tardó en venir, ya que, no bien entré, se produjo una de las más aterradoras reacciones que hubiera podido concebir. No había terminado de cruzar el umbral cuando cundió entre todos los presentes un inesperado y súbito pavor, de horrible intensidad, que distorsionaba los rostros y arrancaba de todas las gargantas los chillidos más espantosos. El desbande fue general, y en medio del griterío y del pánico varios sufrieron desmayos, siendo arrastrados por los que huían enloquecidos. Muchos se taparon los ojos con las manos y corrían a ciegas llevándose todo por delante, derribando los muebles y dándose contra las paredes en su desesperado intento de ganar alguna de las numerosas puertas.
Solo y aturdido en el brillante recinto, escuchando los ecos cada vez más apagados de aquellos espeluznantes gritos, comencé a temblar pensando qué podía ser aquello que me acechaba sin que yo lo viera. A primera vista el lugar parecía vacío, pero cuando me dirigí a una de las alcobas creí detectar una presencia... un amago de movimiento del otro lado del arco dorado que conducía a otra habitación, similar a la primera. A medida que me aproximaba a la arcada comencé a percibir la presencia con más nitidez; y luego, con el primero y último sonido que jamás emití -un aullido horrendo que me repugnó casi tanto como su morbosa causa-, contemplé en toda su horrible intensidad el inconcebible, indescriptible, inenarrable monstruo que, por obra de su mera aparición, había convertido una alegre reunión en una horda de delirantes fugitivos.
No puedo siquiera decir aproximadamente a qué se parecía, pues era un compuesto de todo lo que es impuro, pavoroso, indeseado, anormal y detestable. Era una fantasmagórica sombra de podredumbre, decrepitud y desolación; la pútrida y viscosa imagen de lo dañino; la atroz desnudez de algo que la tierra misericordiosa debería ocultar por siempre jamás. Dios sabe que no era de este mundo -o al menos había dejado de serlo-, y, sin embargo, con enorme horror de mi parte, pude ver en sus rasgos carcomidos, con huesos que se entreveían, una repulsiva y lejana reminiscencia de formas humanas; y en sus enmohecidas y destrozadas ropas, una indecible cualidad que me estremecía más aún.
Estaba casi paralizado, pero no tanto como para no hacer un débil esfuerzo hacia la salvación: un tropezón hacia atrás que no pudo romper el hechizo en que me tenía apresado el monstruo sin voz y sin nombre. Mis ojos, embrujados por aquellos asqueantes ojos vítreos que los miraba fijamente, se negaban a cerrarse, si bien el terrible objeto, tras el primer impacto, se veía ahora más confuso. Traté de levantar la mano y disipar la visión, pero estaba tan anonadado que el brazo no respondió por entero a mi voluntad. Sin embargo, el intento fue suficiente como para alterar mi equilibrio y, bamboleándome, di unos pasos hacia adelante para no caer. Al hacerlo adquirí de pronto la angustiosa noción de la proximidad de la cosa, cuya inmunda respiración tenía casi la impresión de oír. Poco menos que enloquecido, pude no obstante adelantar una mano para detener a la fétida imagen, que se acercaba más y más, cuando de pronto mis dedos tocaron la extremidad putrefacta que el monstruo extendía por debajo del arco dorado.
No chillé, pero todos los satánicos vampiros que cabalgan en el viento de la noche lo hicieron por mí, a la vez que dejaron caer en mi mente una avalancha de anonadantes recuerdos.
Supe en ese mismo instante todo lo ocurrido; recordé hasta más allá del terrorífico castillo y sus árboles; reconocí el edificio en el cual me hallaba; reconocí, lo más terrible, la impía abominación que se erguía ante mí, mirándome de soslayo mientras apartaba de los suyos mis dedos manchados.
Pero en el cosmos existe el bálsamo además de la amargura, y ese bálsamo es el olvido. En el supremo horror de ese instante olvidé lo que me había espantado y el estallido del recuerdo se desvaneció en un caos de reiteradas imágenes. Como entre sueños, salí de aquel edificio fantasmal y execrado y eché a correr rauda y silenciosamente a la luz de la luna. Cuando retorné al mausoleo de mármol y descendí los peldaños, encontré que no podía mover la trampa de piedra; pero no lo lamenté, ya que había llegado a odiar el viejo castillo y sus árboles. Ahora cabalgo junto a los fantasmas, burlones y cordiales, al viento de la noche, y durante el día juego entre las catacumbas de Nefre-Ka, en el recóndito y desconocido valle de Hadoth, a orillas del Nilo. Sé que la luz no es para mí, salvo la luz de la luna sobre las tumbas de roca de Neb, como tampoco es para mí la alegría, salvo las innominadas fiestas de Nitokris bajo la Gran Pirámide; y, sin embargo, en mi nueva y salvaje libertad agradezco casi la amargura de la alienación.
Pues aunque el olvido me ha dado la calma, no por eso ignoro que soy un extranjero; un extraño a este siglo y a todos los que aún son hombres. Esto es lo que supe desde que extendí mis dedos hacia esa cosa abominable surgida en aquel gran marco dorado; desde que extendí mis dedos y toqué la fría e inexorable superficie del pulido espejo.
FIN



lunes, 15 de abril de 2013

"Es que somos muy pobres" de Juan Rulfo.

¡Buenas! Hoy es lunes, abril 15, 2013 y son las 10:43 pm 
Juan Rulfo
(México, 1918-1986)

Es que somos muy pobres
(El Llano en llamas, 1953)
Cuento completo.

     
        Aquí todo va de mal en peor. La semana pasada se murió mi tía Jacinta, y el sábado, cuando ya la habíamos enterrado y comenzaba a bajársenos la tristeza, comenzó a llover como nunca. A mi papá eso le dio coraje, porque toda la cosecha de cebada estaba asoleándose en el solar. Y el aguacero llegó de repente, en grandes olas de agua, sin darnos tiempo ni siquiera a esconder aunque fuera un manojo; lo único que pudimos hacer, todos los de mi casa, fue estarnos arrimados debajo del tejaván, viendo cómo el agua fría que caía del cielo quemaba aquella cebada amarilla tan recién cortada.
         Y apenas ayer, cuando mi hermana Tacha acababa de cumplir doce años, supimos que la vaca que mi papá le regaló para el día de su santo se la había llevado el río.
         El río comenzó a crecer hace tres noches, a eso de la madrugada. Yo estaba muy dormido y, sin embargo, el estruendo que traía el río al arrastrarse me hizo despertar en seguida y pegar el brinco de la cama con mi cobija en la mano, como si hubiera creído que se estaba derrumbando el techo de mi casa. Pero después me volví a dormir, porque reconocí el sonido del río y porque ese sonido se fue haciendo igual hasta traerme otra vez el sueño.
         Cuando me levanté, la mañana estaba llena de nublazones y parecía que había seguido lloviendo sin parar. Se notaba en que el ruido del río era más fuerte y se oía más cerca. Se olía, como se huele una quemazón, el olor a podrido del agua revuelta.
         A la hora en que me fui a asomar, el río ya había perdido sus orillas. Iba subiendo poco a poco por la calle real, y estaba metiéndose a toda prisa en la casa de esa mujer que le dicen la Tambora. El chapaleo del agua se oía al entrar por el corral y al salir en grandes chorros por la puerta. La Tambora iba y venía caminando por lo que era ya un pedazo de río, echando a la calle sus gallinas para que se fueran a esconder a algún lugar donde no les llegara la corriente.
         Y por el otro lado, por donde está el recodo, el río se debía de haber llevado, quién sabe desde cuándo, el tamarindo que estaba en el solar de mi tía Jacinta, porque ahora ya no se ve ningún tamarindo. Era el único que había en el pueblo, y por eso nomás la gente se da cuenta de que la creciente esta que vemos es la más grande de todas las que ha bajado el río en muchos años.
         Mi hermana y yo volvimos a ir por la tarde a mirar aquel amontonadero de agua que cada vez se hace más espesa y oscura y que pasa ya muy por encima de donde debe estar el puente. Allí nos estuvimos horas y horas sin cansarnos viendo la cosa aquella. Después nos subimos por la barranca, porque queríamos oír bien lo que decía la gente, pues abajo, junto al río, hay un gran ruidazal y sólo se ven las bocas de muchos que se abren y se cierran y como que quieren decir algo; pero no se oye nada. Por eso nos subimos por la barranca, donde también hay gente mirando el río y contando los perjuicios que ha hecho. Allí fue donde supimos que el río se había llevado a la Serpentinala vaca esa que era de mi hermana Tacha porque mi papá se la regaló para el día de su cumpleaños y que tenía una oreja blanca y otra colorada y muy bonitos ojos.
         No acabo de saber por qué se le ocurriría a La Serpentina pasar el río este, cuando sabía que no era el mismo río que ella conocía de a diario. La Serpentina nunca fue tan atarantada. Lo más seguro es que ha de haber venido dormida para dejarse matar así nomás por nomás. A mí muchas veces me tocó despertarla cuando le abría la puerta del corral porque si no, de su cuenta, allí se hubiera estado el día entero con los ojos cerrados, bien quieta y suspirando, como se oye suspirar a las vacas cuando duermen.
         Y aquí ha de haber sucedido eso de que se durmió. Tal vez se le ocurrió despertar al sentir que el agua pesada le golpeaba las costillas. Tal vez entonces se asustó y trató de regresar; pero al volverse se encontró entreverada y acalambrada entre aquella agua negra y dura como tierra corrediza. Tal vez bramó pidiendo que le ayudaran. Bramó como sólo Dios sabe cómo.
         Yo le pregunté a un señor que vio cuando la arrastraba el río si no había visto también al becerrito que andaba con ella. Pero el hombre dijo que no sabía si lo había visto. Sólo dijo que la vaca manchada pasó patas arriba muy cerquita de donde él , estaba y que allí dio una voltereta y luego no volvió a ver ni los cuernos ni las patas ni ninguna señal de vaca. Por el río rodaban muchos troncos de árboles con todo y raíces y él estaba muy ocupado en sacar leña, de modo que no podía fijarse si eran animales o troncos los que arrastraba.
         Nomás por eso, no sabemos si el becerro está vivo, o si se fue detrás de su madre río abajo. Si así fue, que Dios los ampare a los dos.
         La apuración que tienen en mi casa es lo que pueda suceder el día de mañana, ahora que mi hermana Tacha se quedó sin nada. Porque mi papá con muchos trabajos había conseguido a la Serpentina, desde que era una vaquilla, para dársela a mi hermana, con el fin de que ella tuviera un capitalito y no se fuera a ir de piruja como lo hicieron mis otras dos hermanas, las más grandes.
         Según mi papá, ellas se habían echado a perder porque éramos muy pobres en mi casa y ellas eran muy retobadas. Desde chiquillas ya eran rezongonas. Y tan luego que crecieron les dio por andar con hombres de lo peor, que les enseñaron cosas malas. Ellas aprendieron pronto y entendían muy bien los chiflidos, cuando las llamaban a altas horas de la noche. Después salían hasta de día. Iban cada rato por agua al río y a veces, cuando uno menos se lo esperaba, allí estaban en el corral, revolcándose en el suelo, todas encueradas y cada una con un hombre trepado encima.
         Entonces mi papá las corrió a las dos. Primero les aguantó todo lo que pudo; pero más tarde ya no pudo aguantarlas más y les dio carrera para la calle. Ellas se fueron para Ayutla o no sé para dónde; pero andan de pirujas.
         Por eso le entra la mortificación a mi papá, ahora por la Tacha, que no quiere vaya a resultar como sus otras dos hermanas, al sentir que se quedó muy pobre viendo la falta de su vaca, viendo que ya no va a tener con qué entretenerse mientras le da por crecer y pueda casarse con un hombre bueno, que la pueda querer para siempre. Y eso ahora va a estar difícil. Con la vaca era distinto, pues no hubiera faltado quien se hiciera el ánimo de casarse con ella, sólo por llevarse también aquella vaca tan bonita.
         La única esperanza que nos queda es que el becerro esté todavía vivo. Ojalá no se le haya ocurrido pasar el río detrás de su madre. Porque si así fue, mi hermana Tacha está tantito así de retirado de hacerse piruja. Y mamá no quiere.
         Mi mamá no sabe por qué Dios la ha castigado tanto al darle unas hijas de ese modo, cuando en su familia, desde su abuela para acá, nunca ha habido gente mala. Todos fueron criados en el temor de Dios y eran muy obedientes y no le cometían irreverencias a nadie. Todos fueron por el estilo. Quién sabe de dónde les vendría a ese par de hijas suyas aquel mal ejemplo. Ella no se acuerda. Le da vueltas a todos sus recuerdos y no ve claro dónde estuvo su mal o el pecado de nacerle una hija tras otra con la misma mala costumbre. No se acuerda. Y cada vez que piensa en ellas, llora y dice: “Que Dios las ampare a las dos.”
         Pero mi papá alega que aquello ya no tiene remedio. La peligrosa es la que queda aquí, la Tacha, que va como palo de ocote crece y crece y que ya tiene unos comienzos de senos que prometen ser como los de sus hermanas: puntiagudos y altos y medio alborotados para llamar la atención.
         —Sí —dice—, le llenará los ojos a cualquiera dondequiera que la vean. Y acabará mal; como que estoy viendo que acabará mal.
         Ésa es la mortificación de mi papá.
         Y Tacha llora al sentir que su vaca no volverá porque se la ha matado el río. Está aquí a mi lado, con su vestido color de rosa, mirando el río desde la barranca y sin dejar de llorar. Por su cara corren chorretes de agua sucia como si el río se hubiera metido dentro de ella.
         Yo la abrazo tratando de consolarla, pero ella no entiende. Llora con más ganas. De su boca sale un ruido semejante al que se arrastra por las orillas del río, que la hace temblar y sacudirse todita, y, mientras, la creciente sigue subiendo. El sabor a podrido que viene de allá salpica la cara mojada de Tacha y los dos pechitos de ella se mueven de arriba abajo, sin parar, como si de repente comenzaran a hincharse para empezar a trabajar por su perdición.

FIN 

El cuento “Es que somos muy pobres” hace parte de la colección El llano en llamas escrito en 1953 por el escritor mexicano Juan Rulfo. En el se relata cómo una humilde familia mexicana campesina es azotada por las inclemencias de la naturaleza, la cual desencadena aun más desgracias que marcan el destino implacable de la hija menor; la prostitución. 
En un día normal, un torrencial aguacero llega sin aviso; era un diluvio que al llevarse todo a su paso dejaba las marcas de una naturaleza ruda e indomable y demostraba así la fragilidad de los seres humanos.
Cuando el hermano de Tacha quien es el narrador y ella fueron a ver como estaba el pueblo, se enteraron de la desaparición de la Serpentina que se la había llevado el río; la Serpentina era una vaca muy linda, con una oreja blanca y otra colorada, esta era el único bien de Tacha, el cual se lo había dado su padre para asegurarle un buen marido que la quisiera y le ofreciera un destino digno. 
Cuando la familia se enteró de lo que le había pasado con la Serpentina, se preguntan por el destino de Tacha, que todos ya presentían; por una parte, su madre inconsolable se daba golpes de conciencia y, por el otro su padre se mantenía sereno, pero ambos se mortificaban con la misma pregunta por qué todas sus desgracias, ¿por qué sus dos hijas mayores se habían vuelto “pirujas”. Ahora comprendían que lo mismo le ocurriría a su hija menor. Algo inapelable en ese momento, un destino que hasta Tacha presentía, pero lo único que podía hacer era llorar, llorar con ganas porque poco tiempo le quedaba para “empezar a trabajar para su perdición”.

Este cuento plasma las desgracias de una humilde familia mexicana campesina, de esa manera Rulfo nos ejemplifica lo que se vivía en los campos Mexicanos durante el fracaso de la Revolución y cómo los campesinos sobreviven en silencio, de una forma infeliz y sin esperanza.


A continuación encontrarás la narración del cuento "Es que somos muy pobres"





Entrevista al escritor Juan Rulfo:





sábado, 13 de abril de 2013

"Un escándalo en Bohemia" de Sir Arthur Conan Doyle

Sir Arthur Conan Doyle

Arthur Conan Doyle
Conan doyle.jpg
Nombre completoArthur Ignatius Conan Doyle
Nacimiento (Flag of Scotland (navy blue).svg Escocia)
Defunción
7 de julio de 1930, 71 años
Crowborough
(Flag of the United Kingdom.svg Reino Unido)
Ocupaciónnovelistapoeta ydramaturgo
NacionalidadFlag of Scotland (navy blue).svg Escocés
Lengua de producción literariainglés
Lengua maternainglés
GéneroPolicíaco, Ciencia ficción
Obras notablesNovelas de Sherlock Holmes
El mundo perdido
CónyugeLouise Hawkins (1885-1906)
Jean Leckie (1907-1930)
Descendencia5
FirmaArthurConanDoyleSignature.png

Sir Arthur Ignatius Conan Doyle (22 de mayo de 1859)  

                          Arthur Conan Doyle





El escritor Arthur Conan Doyle nació en Edimburgo en 1859. Sus padres, Charles Doyle y Mary Foley educaron a su hijo como católicos que eran, lo que posteriormente crearía conflictos entre padres e hijos al abandonar este la fe en que había sido criado. Educado por jesuitas hasta su entrada en la Universidad para cursar estudios de Medicina, carrera que finalizara en 1881, Conan Doyle sufre una crisis religiosa al comenzar sus estudios universitarios, que provocaría en el futuro escritor conflictos familiares y tensiones espirituales que le hicieron derivar hacia teorías espiritistas que le absorverian los últimos años de su vida. Terminada su carrera, ejerció la medicina entre 1882 y 1890 en Portsmouth y comenzó a escribir, creando el famoso personaje de Sherlock Holmes y de su ayudante, el doctor Watson, iniciando así una serie de obras que duraría hasta el final de su vida.


Pero la literatura no le hizo abandonar su profesión de medico, y como tal participó en la campaña del Sudán (1898) y en la guerra de los Boers(1899-1902) en el ejército británico. Precisamente por la defensa de la política inglesa en Sudáfrica recibió el titulo de Sir.

Al estallar la primera guerra mundial, se alista como simple soldado raso. A partir de la guerra, comienza su relación con el espiritismo, al que dedicó tiempo y energías  publicando en 1926 'History of spiritualism', y defendiéndolo hasta su muerte, que aconteció el 7 de julio de 1930 en Crowborough (Sussex).



Arthur Conan Doyle y su mayor éxito: Sherlock Holmes

Hay escritores que llegan a ser anulados por sus propios personajes, hasta el punto de que todo el mundo llega a saber quien es tal personaje y sus aventuras, pero ignora el nombre completo o desconoce quien es el creador del personaje. Un ejemplo patente de esto es Arthur Conan Doyle.

Portada en ingles de Adventures of Sherlock HolmesSherlock Holmes adquirió tanta popularidad que se llegó a convertir en un mito literario, un personaje de ficción que oscureció a su propio creador. Conan Doyle se convirtió para muchos lectores en una especie de anotador de las historias que el Doctor Watson escribía sobre los casos que Sherlock Holmes resolvía. Un Sherlock Holmes cada vez mas real, y para algunos lectores, personaje verídico  Harto de esta popularidad, que anulaba sus otras obras literarias y hasta su propia personalidad, Arthur Conan Doyle decidió matar al detective, pero pronto comprendería que no le iba a resultar tan fácil  pues tuvo que devolverle a la vida, debido a las multitud de cartas que recibía  quejándose por la muerte del famoso detective. Incluso hubo algunas que lo insultaban, llamándole imbécil. Ante esto, A. Conan Doyle poco podía hacer. Solo resucitar al personaje, para contento de sus lectores. En el relato 'La aventura de la casa vacía' se cuenta la celebre resurrección.

El estilo literario de Arthur Conan Doyle es muy singular. Por ejemplo los personajes: los malos son malos en todos los aspectos, sin ningún rasgo de bondad, y una simple mirada los define. Suelen ser personajes con cejas cejijuntas, rostro casi prehistórico  con rasgos primitivos y mirada fiera, y generalmente son feos y nada atractivos para los demás. Es decir, su aspecto es los que los define. Tal eres, así seras.

Incluso Doyle se permitía hacerse su propia crítica, poniéndolo en boca de Sherlock, al referirse al modo en que escribía el Doctor Watson. En palabras de Sherlock :' Debo admitir que usted tiene una capacidad de selección que compensa sobradamente lo lamentable de sus narraciones, porque con su funesta costumbre de considerar los casos como historias, en vez de como ejercicios científicos  ha arruinado toda una serie de demostraciones instructivas e, incluso, clásicas. Ha menospreciado la habilidad y la delicadeza por extenderse en detalles sensacionalistas, que posiblemente excitarán al lector, pero que difícilmente le instruirán'
También le servia de vehículo sus relatos para hacer crítica social' Es un crimen, una villanía  un sacrilegio, obligar a que un matrimonio semejante continúe unido, y les digo que estas monstruosas leyes de ustedes les traerán un castigo, porque el cielo no puede permitir una maldad tan grande'. Crítica indiscutible a la rígida Sociedad Victoriana que le toco vivir, con sus rígidas leyes anticuadas.
Por ultimo, señalar donde se situaba la acción normalmente: 'Era una noche fría y borrascosa, el viento soplaba cortante a lo largo de la calle y casi todas las personas que transitaban por ella iban envueltas en sus abrigos y gabardinas'. Como se ve, ambientaciones oscuras y frías  Quien puede olvidar ademas, una vez leído los relatos, esos paramos ingleses, siempre envueltos en bruma, y solitarios. Las noches de viento y lluvia, mientras Sherlock y su inseparable Watson, sentados frente a la chimenea, conversan, o simplemente, leen.
Una vez después de muerto el escritor (e incluso en vida del autor hubo algunos) empezaron a surgir una serie de relatos, no escritos por Doyle, que continuaban las aventuras del detective. Ademas, hay que contar las películas que se hicieron basándose en el famoso detective.


"LAS AVENTURAS DE SHERLOCK HOLMES" 


" El caso de La Campana del Big Ben"






"Un escándalo en Bohemia"





domingo, 10 de marzo de 2013

División de palabras al final del renglón


Cuando, por motivos de espacio, se deba dividir una palabra al final de una línea, se utilizará el guion de acuerdo con las siguientes normas:
1.    El guion no debe separar letras de una misma sílaba; por tanto, el guion de final de línea debe ir colocado detrás de alguna de las sílabas que componen la palabra: ta- / padera, tapa- / dera o tapade- / ra. Existe una excepción a esta regla, pues en la división de las palabras compuestas de otras dos, o en aquellas integradas por una palabra y un prefijo, se dan dos posibilidades:
  • Se pueden dividir coincidiendo con el silabeo de la palabra: ma-/ linterpretar, hispa- / noamericano, de- / samparo.
  • Se pueden dividir separando sus componentes: mal- / interpretar, hispano- / americano, des- / amparo.
2.    Dos o más vocales seguidas nunca se separan al final de renglón, formen diptongo, triptongo o hiato: cau- /sa, y no (*ca- / usa)come- /ríais, y no (*comerí- / ais). Excepción:
  • Si las vocales que van seguidas forman parte de dos elementos distintos de una palabra compuesta. Ejemplos: contra- / espionaje, hispano- /americano.
3.    Cuando la primera sílaba de una palabra es una vocal, no se dejará esta letra sola al final del renglón. Ejemplo: amis- / tad, y no *a- / mistad. Excepción:
  • Si la vocal va precedida de una h, sí puede dejarse esta primera sílaba a final de la línea: he- / rederos.
4.    Para dividir con guion de final de línea las palabras que contienen un h intercalada, se actuará como si esta letra muda no existiese, aplicando las mismas reglas que para el resto de las palabras; por lo tanto no podrán romperse sílabas ni secuencias vocálicas, salvo que se trate de palabras compuestas que cumplan los requisitos expuestos en el apartado 2. Ejemplos: adhe- / rente (no *ad- / herente), inhi- / birse (no * in- / hibirse).
5.    Cuando la x va seguida de vocal, es indisociable de esta en la escritura, de forma que el guion de final de línea debe colocarse delante de la x: bo- / xeo, Alei- / xandre. Si va seguida de consonante, la x forma sílaba con la vocal precedente: ex- / traño, ex- / ceso.
6.    Los dígrafos chll rr no se pueden dividir con guion de final de línea, ya que representan, cada uno de ellos, un solo sonido: ca- / lle, pe- / rro, pena- / cho. Excepción:
  • En el caso de la grafia rr sea el resultado de añadir un elemento compositivo prefijo terminado en -r ciber-, hiper-, inter-, super-) a una palabra que comienza por esta misma letra; en estos casos sí pueden separarse las dos erres con guion de final de línea: ciber- / revolución, hiper- / realismo, super- / rápido, inter- / racial, y no * ciber- / rrevolución, * hipe- / rrealismo, *inte- / rracial, * supe- / rrápido.
  • Al dividir palabras que contienen el dígrafo rr como resultado de añadir un prefijo u otro precomponente terminado en vocal a una palabra que comienza por r- (infrarrojo, Villarreal, vicerrector, etc.), si se desea colocar el guion de final de línea entre los dos elementos del compuesto, debe mantenerse la doble erre a comienzo del renglón, aunque el segundo elemento del compuesto se escriba con una sola erre como palabra independiente: infra- / rrojo, Villa- / rreal, vice- / rrector, y no *infra- / rojo, *Villa- / real, *vice- / rector.
7.    Cuando en una palabra aparecen dos consonantes seguidas, iguales o diferentes, generalmente la primera pertenece a la sílaba anterior y la segunda a la sílaba siguientecon - ten -to, es - pal - da, per -fec -ción. Son excepción:
  • Los grupos formados por una consonante seguida de l o r, como bl, cl, fl, gl, kl, pl, br, cr, dr, gr, kr, pr, tr, pues siempre inician sílaba y no pueden separarse: de- / clarar, redo- / blar, incum- / plir, su- / primir, con- / trariado.
  • Por otra parte, cuando las secuencias br y bl surgen por la edición de un prefijo a otra palabra, sí pueden separarse, puesto que cada consonante pertenece a una sílaba distinta: sub- / rayar, ab- / rogar, sub- / lunar.
8.    La secuencia de consonantes tl tiende a pronunciarse en sílabas distintas en la mayor parte de la España peninsular y en Puerto Rico: at - las, at - le -ta; sin embargo, en el resto de Hispanoamérica este grupo es inseparable. Teniendo en cuenta estas diferencias, el grupo tl podrá separarse o no con guion de final de línea dependiendo de si las consonantes que lo componen se articulan en sílabas distintas o dentro de la misma sílaba: at / leta, atle- / ta.
9.    Cuando hay tres consonantes seguidas dentro de una palabra, se reparten entre dos sílabas, teniendo en cuenta la inseparabilidad de los grupos señalados como excepción (los formados por una consonante seguida de l o r), que siempre inician sílaba y no pueden separarse, y los grupos formados por las consonantes st, ls, ns, rs, ds, bs, que siempre cierran sílaba y tampoco pueden separarse: ist - /mo, sols- / ticio, cons- trucción, supers- / ticioso, ads- / cripción, abs- / tenerse. Así pues, la tercera consonante que se haya sumado a estos grupos formará parte de la sílaba anterior, en el caso de los grupos de consonante + (los formados por una consonante seguida de l o r): con- /glomerado, des- / plazar, con- / fraternizar; o de la posterior, en el caso de los grupos detallados en este apartado: cons- / tante, pers- / picaz.
10.    Cuando las consonantes consecutivas son cuatro, las dos primeras pertenecen a la primera sílaba y las otras dos, a la siguiente, y así deben separarse: cons- / treñir, abs- / tracto, ads- / cribir.
11.    Es preferible no dividir con guion de final de línea las palabras procedentes de otras lenguas, a no ser que se conozcan las reglas vigentes para ello en los idiomas respectivos.
12.    Las abreviaturas y las siglas no se dividen nunca en renglones diferentes

Uso de mayúsculas



Ortografía
Uso de mayúsculas y minúsculas


Se usa mayúscula al principio de un escrito.
Después de punto y seguido, punto y aparte. 

                                                

Cuando escribimos nombres propios y los nombres dados a animales.

                           


Los nombres geográficos.
Los atributos Divinos (Santo, Redentor, Monseñor, Pastor, etc.)

                                                             

Los sobrenombres.
Los títulos de obras: "El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha." 

                                                


Los títulos de dignidades y autoridades (Secretaria, Gerente de Ventas, etc.)
Los números romanos.

                                                


Los nombres de Instituciones.

                            

Los nombres de las ciencias: Biología, Psicología, etc.
Generalmente, después de dos puntos.

                                   


SE ESCRIBEN CON minúscula, a no ser que inicien escrito, etc.
(considerando lo mencionado arriba):

Los días de la semana
Los meses del año (en fechas pueden ir con mayúscula)
Las estaciones del año
Los puntos cardinales (a menos que éstos se abrevien)

Se usan las mayusculas en los:
NOMBRES
PROPIOS
HéctorArmandoGarcíaRío Piedras
LucíaPuerto RicoJorgeEmilio

Y las minusculas en los:

NOMBRES
COMUNES
casacuadernocomputadoramamá
discopaíscajaescuela

Las oraciones comienzan con mayúscula y terminan con punto.

Ejemplo: Los niños juegan en el patio.


              


La mayoría de las veces usamos la letra mayúscula sólo al inicio de la palabra. Esto debe hacerse en los siguientes casos:

1.- Respetando los signos de puntuación
a)
 Siempre debe escribirse con letra mayúscula la primera palabra de un escrito y la que vaya después de un punto.
 
Ejemplo:
- Hoy no iré a la escuela. Mañana sí.

b) La palabra que sigue a un signo de interrogación (¿) o de exclamación (¡), si no se interpone coma (,), punto y coma (;) o dos puntos (:)

Ejemplo:

- ¿dónde jugarás? En la casa.

c) En la escritura de cartas, se escribe con mayúscula, después de los dos puntos del encabezamiento de la misma.
 
Ejemplo:

- Muy señor mío: Le agradeceré

d) Después de los dos puntos, siempre que se reproduzcan palabras textuales.
 
Ejemplo:

- Mi mamá me dice siempre: "Debes estudiar todos los días a la misma hora"

2.- Al inicio de algunas palabras dependiendo de su función o categoría.

a)
 Nombres de persona o animal

Ejemplos:

María, José, Francisco, y Marcela son amigos.
"En la época de nuestros abuelos, Platero era muy famoso. Ahora los niños conocen más a Tulio Triviño, a Clarita, a Donald, a Winnie, a Simba o a Chita. Sin embargo,Rocinante es casi un desconocido. ¿Cuántos conocen el nombre de algunos de los caballos de ELibertador?"

b) Nombres geográficos. Se refiere a nombres de continentes, países, ciudades, montes, ríos, lagos, mares, océanos.
Ejemplos:

América
Europa
San Juan
Mayaguez

Nota: Cuando un artículo forme parte oficialmente del nombre propio, ambas palabras comenzarán con mayúscula.
Ejemplos:

ESalvador
LHabana
Los Ángeles

c) Apellidos

Ejemplos:

García
Álvarez
Contreras

d) Nombres de constelaciones, estrellas, planetas o astros, estrictamente considerados como tales.
 
Ejemplo:

"LOsa Mayor está conformada por siete estrellas: ESol es el astro central de nuestro sistema, LLuna es la vecina más próxima a la Tierra".

Excepción: En el caso de la Luna y del Sol, por el contrario, si el nombre se refiere a los fenómenos sensibles de ellos derivados, se escribirá con minúscula:

Ejemplos:

- "Tomar el sol" "Noches de luna llena"

En el caso de la Tierra, todos los usos referidos a ella en cuanto planeta aludido en su totalidad se escribirán también con minúscula.

Ejemplos:

- "El avión tocó tierra con dificultad"
- "La tierra de la zona andina es muy fértil"
 
e) También se escriben con mayúsculas los signos del Zodíaco.
 
Ejemplos:

Aries
Libra
Acuario

f) Se escriben con mayúsculas los nombres de los puntos cardinales, cuando nos referimos a ellos explícitamente.
 
Ejemplo:

- "La brújula señala el Norte"
Pero se escribirá con minúscula cuando el nombre se refiere a la orientación o dirección correspondiente a los puntos cardinales:

- "Voy por la vida sin un norte claro. "Mi madre vive al sur de la ciudad"
 
g) Nombre de festividades religiosas o civiles.
 
Ejemplos:
 
Pentecostés
Epifanía
Navidad
-Año Nuevo
 
h) Nombres de divinidades.
 
Ejemplos:
 
Dios
A
Apolo
Zeus
 
i) Libros sagrados
Ejemplos:
Biblia
Corán
Talmud

j) Atributos divinos o apelativos referidos a Dios, Jesucristo o la Virgen María.
 
Ejemplos:
 
Todopoderoso
Cristo
Mesías

 

En función de las circunstancias, se escribirá con mayúscula:


a) Los sobrenombres o apodos con los que se designa a determinadas personas.
 
Ejemplos:
 
- el Libertador
- el Sabio
- el Inca Garcilazo
 
b) Los sustantivos y adjetivos que componen el nombre de instituciones, entidades, organismos, partidos políticos, etc.
 
Ejemplos:
 
- la Biblioteca Nacional el Congreso Nacional
- el Tribunal Supremo
 
c) Los nombres de las disciplinas educativas.
 
Ejemplos:

- Soy maestro de Historia. Hemos estudiado Geografía




Los días de la semana

La Real Academia Española señala que cuando no encabecen párrafo o escrito, o no formen parte de un título, se recomienda escribir con minúscula inicial los nombres de los dias de la semana, de los meses, de las estaciones del año y de las notas musicales.

El tilde en las mayúsculas

La Real Academia Española recomienda que cuando se utilicen mayúsculas, se mantenga la tilde si la acentuación ortográfica lo exige, a fin de evitar errores de pronunciación o confusiones en la interpretación de vocablos. Este mantenimiento es especialmente necesario en las portadas de libros, nombres geográficos, listas de nombres propios, etc.


                                           


Números romanos

La numeración romana se escribe hoy con letras mayúsculas, y se emplea para significar el número, con que se distinguen personas del mismo nombre, como Pío V, Fernando III, el número de cada siglo, como el actual, el XX de la era cristiana; también es frecuente para indicar el número de un tomo, libro, parte, canto, capítulo, título, ley, clase y otras divisiones, y el de las páginas en los prólogos y principios de un volumen.